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La verdadera revolución de las Criptomonedas y el Blockchain

  • Foto del escritor: Joan Torras Ragué
    Joan Torras Ragué
  • 8 sept 2022
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 9 nov 2022

Para entender la verdadera revolución digital que las criptomonedas y el Blockchain suponen, debemos mirar hacia atrás, y entender cómo se originó todo.


La crisis que sufrimos en 2007 fue una crisis sin precedentes en la economía moderna, implicó un punto de inflexión, afloró los múltiples fallos del sistema capitalista; y el estallido de la burbuja inmobiliaria, tanto en Estados Unidos como en Europa, derivó en una crisis del sistema financiero mundial sin precedentes.


¿Porqué? La respuesta es sencilla si miramos la crisis en perspectiva. El sector financiero llevaba años concediendo hipotecas a gente que, a priori, podía pagarlas, pero la ambición no tiene límites, y como dijo Oscar Wilde, la ambición es el último refugio del fracaso. Los bancos, viendo una nueva oportunidad de negocio, empaquetaron las hipotecas en bonos inmobiliarios, que luego colocaron a sus clientes prometiendo rentabilidades atractivas a bajo riesgo.

Los bancos, viendo el interés que despertaban los bonos inmobiliarios entre sus clientes y los flujos de capital que atraían, vieron la posibilidad de multiplicar su beneficio. Los bancos tenían la creciente necesidad de incrementar su cartera hipotecaria para continuar empaquetándola y lanzando nuevos bonos inmobiliarios, y voilà, aquí empieza el problema, y aquí empieza el fracaso del sistema.


Con tal de el banco pudiera hacer crecer su beneficio, era importante que fueran entrando flujos constantes y crecientes de hipotecas, pero la cartera inmobiliaria era limitada. ¿Cómo podían continuar incrementando pues los flujos hipotecarios? Muy fácil, reduciendo los análisis de riesgos. Si se relajaba el estudio del cliente, los requisitos para concederle una hipoteca, y se era benévolo a la hora de determinar si el cliente podría devolver, o no, la hipoteca, podríamos cobrar un interés ligeramente superior por la nueva hipoteca (ya que el cliente presentaba menos solvencia) y podríamos continuar empaquetando hipotecas, generando más beneficio para la entidad bancaria.


¿Pero qué podía ir mal? Por un lado, la economía empezó a mostrar signos de agotamiento, la subida del precio del petróleo y el mal comportamiento de la inflación no eran buenas señales para las empresas, que veían cómo aumentaban sus costes, y por el otro lado, se empezaron a ver los primeros impagos de hipotecas.


Ante estos hechos se generó un clima de pesimismo que provocó una estampida general de los inversores de bonos inmobiliarios hacia otros productos, y cómo todo el mundo quería desinvertir, había mucha oferta, pero no había demanda; y ésta estampida generó una crisis de liquidez a escala global.


¡Era la tormenta perfecta! la crisis de liquidez se juntaba con el mal comportamiento macroeconómico de las principales economías del mundo, sólo era cuestión de tiempo que el problema bancario acabara contagiando el sector empresarial. Los mercados se pusieron nerviosos, y el nerviosismo hizo que los mercados empezaran a reaccionar de manera exagerada ante cualquier rumor, incrementándose así la volatilidad de los activos cotizados.


La crisis de liquidez estaba servida, y los bancos centrales empezaron a actuar, no sólo rescatando a la banca, sino también recortando los tipos de interés e inyectando cantidades ingentes de dinero en la economía para intentar incrementar la liquidez del sistema, pero no contaban con que estas medidas son acertadas si se piensa a largo plazo.


A corto plazo la falta de crédito azotó a las empresas y a las familias, fueron muchas las empresas que tuvieron que reducir sus plantillas, agravando aún más el problema, y fueron muchas las familias que no pudieron pagar las hipotecas, ya que era frecuente tener algún miembro de la unidad familiar en el paro. Era un pez que se mordía la cola. La desconfianza a nivel financiero era enorme.


¿Y dónde estaban los estados? La verdad es que en ningún sitio; los estados vieron cómo se reducía la recaudación de sus impuestos, y ya habían desembolsado enormes sumas de dinero para rescatar a los bancos, se habían implementado políticas sociales a priori insuficientes pero las arcas gubernamentales estaban vacías; sólo quedaba confiar en que las medidas de los bancos centrales fueran las acertadas para estimular la economía a largo plazo.


La crisis económica que empezó en 2007 fue una crisis mundial de falta de liquidez derivada de la mala praxis por parte del sector bancario, una banca que para incrementar su beneficio se dedicó a empaquetar hipotecas de alto riesgo, creando así bonos inmobiliarios con altas posibilidades de impago, y vendiendo estos bonos a sus clientes inversores bajo promesas de alta rentabilidad y bajo riesgo.


El afán de los bancos para maximizar su beneficio se antepuso a la lógica, las políticas de los bancos centrales tardaron años en tener algún impacto en la economía real, y, además, dependiendo del área geográfica los resultados de la política de los bancos centrales fueron dispares. Mientras que en Estados Unidos se contaba con la ventaja de tener un país homogéneo, cosa que facilitaba el éxito de las medidas impulsadas por la Reserva Federal (FED), la Unión Europea era un conglomerado de países muy heterogéneos, cosa que hacía que las medidas del Banco Central Europeo (BCE) no beneficiaran a todos los países por igual, creando grandes desigualdades y dificultades a países como Grecia, Italia, España o Portugal.


Prácticamente en paralelo a la evolución de la crisis y como consecuencia de ella, surgió una generación de jóvenes visionarios que aportó un nuevo planteamiento disruptivo: crear un sistema económico alternativo. Los inventores de las criptomonedas rompieron los esquemas del mundo tal y como lo conocíamos, eran jóvenes, no superaban los 30 años, idealistas, con un conocimiento tecnológico muy amplio, sus aficiones infantiles eran la robótica, los videojuegos, la programación informática, las matemáticas y la física, y también la economía.


La crisis económica y de valores del mundo occidental creó un nuevo paradigma, para muchos difícil de entender, con una gran dosis de idealismo; un paradigma basado en la búsqueda de la excelencia, potenciando economías colaborativas, con sistemas de seguridad infranqueables (Blockchain), descentralizados (tecnología peer to peer), anónimos y basados en el principio de solidaridad. Estos jóvenes sufrieron las consecuencias de la crisis de 2007, y no querían que se repitieran los errores del pasado. La crisis de 2007 provocó indirectamente la nueva revolución digital.


Es en ese preciso momento cuando se rescató la tecnología de las firmas digitales de los años 80, y la publicación de 1998 “b-money, an anonymous distributed electronic cash system” del Sr. Wei Dai para inspirar, en 2008, la nota “Bitcoin: A Peer-to- Peer Electronic Cash System” de Satoshi Nakamoto, creando los cimientos de las criptomonedas.


En enero de 2009 nació la primera criptomoneda, Bitcoin, y nació con la vocación de ser una divisa no controlada por ningún gobierno, anónima, sin fronteras y segura, basada en sistemas como la prueba de trabajo, el cifrado asimétrico, la tecnología Blockchain y la tecnología peer-to-peer. (Como curiosidad, la primera gran red peer to peer fue Napster, el mítico programa informático de descargas e intercambio de archivos musicales MP3).


Como suele pasar en economía, el reconocimiento de lo que se había conseguido llegó años más tarde, en el año 2016, cuando se planteó otorgar el premio Nobel de Economía a Satoshi Nakamoto, el inventor del Bitcoin. Finalmente se desestimó por desconocer la identidad de quién estaba detrás de este pseudónimo. Es impensable que el inventor o inventores más relevantes de las criptomonedas sea o sean anónimos sin antes entender el porqué de su nacimiento.


La verdadera revolución, aunque se nos hizo creer lo contrario, no era el nacimiento de una nueva criptomoneda, sino el hecho de trasladar la tecnología Blockchain al mundo real aplicándola a un sistema monetario paralelo al existente.



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